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Siempre se van los mejores

Written By J. Julián Fernández S. on jueves, 7 de junio de 2012 | 13:23


Hay personas que tienen un carisma especial, capaces de ganarse el cariño prácticamente unánime de toda la gente pese a estar inmersas en un mundo, como el del fútbol, en el que la rivalidad y los piques son la nota dominante. Profesionales curtidos a base de tesón, esfuerzo y coraje, a los que nadie les regaló nunca nada y que por su sencillez resultan un auténtico oasis en este universo de ‘galácticos’ y deportistas multimillonarios endiosados.

Manolo Preciado era uno de ellos. No le hizo falta ganar ningún título, sólo lucir la humildad como bandera y plantarle cara a cualquier dificultad que se le cruzase en su camino. Así le había enseñado la vida a hacerlo desde siempre. Primero, con una carrera deportiva que pasó prácticamente desapercibida para el gran público. De hecho, apenas jugó tres temporadas en la máxima categoría, en las filas de su club de siempre, el Racing de Santander, en cuyos escalafones inferiores se crió. Después, defendió la elástica del Linares, el Mallorca, el Alavés, el Ourense y la Gimnástica de Torrelavega, donde colgó definitivamente las botas en 1992.


Fue un central, a veces también lateral, al que se le achacaba una gran facilidad para provocar penaltis, pero, pese a ello, supo ganarse el cariño de los aficionados por su entrega y pundonor sobre el césped. Incluso, llegó a ser citado por la selección española sub 21 para la Eurocopa de 1980, aunque finalmente, no debutó. Así, lo máximo que vivió en su etapa como futbolista fue el ascenso cántabro de la 80/81.

Sin embargo, como entrenador las cosas sí le fueron algo mejor. Debutó en la 95/96, ascendiendo al último club en el que jugó, la Gimnástica de Torrelavega, a la Segunda división B. Aquel éxito despertó el interés del Racing por hacerse con sus servicios, contratándolo para dirigir un filial al que también llevaría a la ‘Categoría de Bronce’ en la 96/97. No obstante, decidió tomarse un respiro de tres años, regresando de nuevo a los escalafones inferiores del cuadro cántabro a lo largo de la 00/01.


Entonces, la suerte comenzó de nuevo a torcerse, ya que fue incapaz de evitar que el equipo no se fuese a Tercera. Aunque fue por poco tiempo, puesto que logró devolverlo a su sitio a la campaña siguiente. Eso le permitió dar por fin el salto al banquillo de la primera plantilla, donde comenzó en la 02/03 y permaneció hasta la llegada de Dmitry Piterman, quien no sólo compró la entidad, sino que también quiso hacer las veces de entrenador.

Por aquellas fechas, la vida ya le había dado el primero de una serie de duros reveses, perdiendo a su mujer, Puri, por un cáncer de piel. En 2004, justo cuando saboreaba el título de campeón de Segunda división con el Levante, al que llevó de vuelta a la elite en la única campaña en que lo dirigió, un accidente de tráfico le arrebataba a su hijo menor, Raúl, a los quince años. Lo que la fortuna, tan caprichosa como siempre, le daba por un lado, se lo quitaba por otro.


Su carrera como entrenador parecía que despegaba definitivamente, pero su fracaso al frente del Murcia en la 04/05, donde fue cesado en la jornada 13, se encargó de demostrar lo contrario. Aquel desastre no le importó demasiado al Racing, que volvió a ficharle en la 05/06, en la que terminó dimitiendo a falta de cuatro jornadas, al verse incapaz de lograr la salvación.

Así, llegó a un Sporting de Gijón en el que echaría raíces, convirtiéndose en todo un símbolo para la ‘mareona’. No en vano, él fue el técnico que devolvió a los rojiblancos a la máxima categoría en la 07/08, tras casi una década vagando por el ‘desierto’ de Segunda. Pero también el que selló hasta tres permanencias consecutivas, pese a que, en algunos momentos, llegasen a ponerse las cosas extremadamente feas.


De igual modo, su peculiar forma de ser le permitió acaparar titulares en sala de prensa, con frases que quedarán para la posteridad, como la de que su equipo no era “la última mierda que cagó Pilatos”, o aquel durísimo cruce de acusaciones contra Mourinho, cuando el luso le acusó de adulterar la competición al jugar con los “suplentes” frente al Barcelona en el Camp Nou. Curiosamente, Preciado se cumplió debida venganza de ello ganando en el Santiago Bernabéu y poniendo fin de este modo a casi 10 años de imbatibilidad como local del técnico portugués.

Quizás esa fue una de sus últimas satisfacciones. Porque la vida volvió a golpearle en abril del pasado año, cuando su padre falleció víctima de un atropello. Además, durante la 11/12, las cosas no le terminaron nunca de salir y fue destituido por la directiva del Sporting, dejando su puesto en manos de un Javier Clemente que condenó definitivamente al cuadro asturiano al descenso.


Ahora, parecía que la fortuna tenía la intención de devolverle todo lo que le debía, con la que podría ser la gran oportunidad de su vida. El Villarreal le había contratado para devolverlo a Primera e iniciar un proyecto más que ilusionante. Pero su corazón no pudo más y dijo basta antes incluso de ser presentado. De este modo, el día 7 nos levantamos con ese escalofrío que nos suele dejar este tipo de noticias, la de que alguien tan afable y carismático como él se nos ha marchado para no volver. Y es que a él no le hizo falta levantar ningún título para hacerse un hueco en el corazón de todos. Quizás, porque no era simplemente bueno, sino uno de los mejores y esos, por desgracia, siempre se nos van.
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